De
la exposición en la cámara de diputados el 20 de Agosto de 1959
La
inflación lleva a los gobiernos a la engañosa política de los subsidios, con
los cuales, en realidad, no se hace otra cosa que disimular, a los ojos del
público, el verdadero valor de determinados artículos de consumo. Al paso que
la inflación continúa, se hace cada vez mayor el monto del dinero que el
gobierno dedica al pago de subsidios. De ese modo crece el déficit, y termina
de dibujarse el círculo vicioso de la inflación. Para romper ese círculo,
algunos de nuestros vecinos, que dejaron avanzar la enfermedad sin ponerle
remedio a tiempo, tienen que resignarse ahora a una política de sacrificio
muchísimo más penosa y vasta que la que no ha vacilado en solicitar a los
peruanos el gabinete que presido.
Medidas
duras para salvar la crisis
El
gobierno no presume de tener poderes mágicos para restaurar, por decreto, el
valor de la moneda, ni para mejorar instantáneamente, como sería su deseo, el
nivel de vida de todos los peruanos. Si se quiere una moneda sana, si se quiere
que la vida no encarezca, si se quiere llevar paz a los hogares, si se quiere
tener en cuenta las angustias y las legítimas expectativas de amas de casa y
padres de familia, hay que aceptar medidas que pueden parecer duras pero que,
sin duda, son imprescindibles. En verdad, para pasar de esta orilla de la
crisis a la otra de la estabilidad y el bienestar, no queda más remedio que
atravesar el vado y resignarse a una cuota de sacrificio que afecta a todos, y
que sólo ha hecho y hará excepciones, en la medida de lo posible, en favor de
los sectores más necesitados de la población. Incurrirá el gobierno en muy
grave responsabilidad si perdiese de vista las finalidades que se ha trazado,
por falta de un valor para adoptar las medidas que la situación impone. Sin una
excepción, sólo han podido superar crisis como la nuestra los países que han
encarado francamente los problemas; los que han puesto, por encima de toda otra
consideración, el bienestar permanente del mayor número y han aceptado los
momentáneos sacrificios necesarios para alcanzar su objetivo.
El
problema presupuestal tiene dos aspectos. Uno se refiere al presupuesto de
1959; el otro, al de 1960. Para 1959, se ha previsto un déficit del orden de
los mil millones de soles, según expuso con tanta entereza mi antecesor en la
cartera de Hacienda, señor Luis Gallo Porras. Tenemos pues ahora que
enfrentarnos al problema de cerrar el ejercicio, en los meses que faltan de
aquí a diciembre, sin recurrir a préstamos del Banco de Reserva. Para ese
objeto, el gobierno ha tomado ya varias medidas que tienden bien a disminuir
los gastos, bien a aumentar las entradas, y estudia otras, algunas de las
cuales pueden requerir aprobación legislativa y serán, entonces, sometidas a
consideración del Parlamento. No puede pensarse, empero, en aumentar la carga
tributaria, ya excesiva, que está agobiando nuestra postrada economía.
Suprimir
los subsidios
Para
su política presupuestaria de equilibrio, el gobierno, en primer término, habrá
de introducir todas las economías posibles, como ya se ha hecho y se seguirá
haciendo en todos aquellos renglones cuya supresión o cuya reducción no
perjudique el eficaz funcionamiento de las instituciones públicas.
De
igual manera, es preciso suprimir los subsidios. Los subsidios son
indefendibles porque, como ya he dicho, sólo sirven para disimular
transitoriamente los efectos de la inflación a los ojos del público,
manteniendo artificialmente bajo el precio de determinados artículos con el
dinero proveniente de emisiones de billetes que encarecen todos los demás.
Económicamente, son inconvenientes porque desalientan la producción nacional.
Financieramente, son desastrosos porque originan o aumentan el déficit
presupuestal. Son pues causa de inflación y, por lo tanto, encarecen la vida
con mayor daño para los más necesitados, los mismos a quienes con el subsidio
se dice defender.
Es
preciso también establecer, entre nosotros, el mercado de capitales que
capacite al gobierno para atender a sus gastos, en la época en que disminuyen
los ingresos, sin necesidad de recurrir al Banco de Reserva. En otros países,
cuando los gobiernos tienen apremio de dinero, emiten bonos que colocan en el
público. Actualmente, entre nosotros, esa operación no es posible, porque el
Estado carece de crédito. Empero, en los más agudos momentos de la crisis de
hace casi 30 años, cuando me tocó presidir el Banco de Reserva, se encontró la
manera de que la caja fiscal, cuya falencia era completa, hiciera frente a sus
obligaciones sin recurrir a emisiones de billetes. Se emitieron entonces, los
llamados vales aduaneros cuyo valor en el mundo estaba asegurado, por el hecho
de que podían ser utilizados para el pago de impuestos a las aduanas. Aquella
experiencia puede aprovecharse y perfeccionarse ahora, y así, en vez de
descontar obligaciones del Tesoro en el Banco de Reserva, el gobierno podrá
emitir vales tributarios, señalándoles un adecuado tipo de interés. Se lograría
introducir en el mercado un papel que contribuirá a restaurar el crédito del
Estado y eliminaría la necesidad de recurrir al Banco de Reserva. El respectivo
proyecto de ley será remitido próximamente al Parlamento.
Reforma
de la Administración
El
gobierno tiene clara conciencia de que varias de las medidas que ha tomado y de
las que proyecta tomar están encaminadas principalmente a reducir el déficit
presupuestal de 1959, y a procurar el balance presupuestal de 1960. Son medidas
de urgencia, pero no son todavía medidas de profundidad. No son las medidas
radicales que el país necesita, y que deben adoptarse imperativamente. Entre
ellas, hay que mencionar la reforma integral de la administración pública.
Entre
nosotros, el aparato administrativo ha ido creciendo por generación espontánea.
Ha ido creciendo a medida que ha aumentado el número de habitantes, y se ha
elevado a los guarismos del Presupuesto. Oficinas y dependencias se han
agregado unas a otras, se han añadido unas a otras, sin ningún sentido orgánico
y sin ninguna visión de conjunto. Como consecuencia, la maquinaria del Estado
muchas veces resulta dispendiosa, estéril, y en una palabra, ineficiente frente
a las exigencias de la vida moderna y a la condición general de un país como el
nuestro, pobre y atrasado, que necesita irrigaciones, caminos, escuelas,
hospitales, puestos de policía, estaciones agrícolas, centros de asistencia
técnica. Pero la reforma administrativa requiere tiempo, estudio, comparación
con la experiencia en otros países, aparte de enérgica voluntad para llevarla
adelante.
Una
vez que el gobierno consiga finalmente equilibrar sus gastos y sus ingresos y
alcanzar así la estabilidad monetaria eliminando la causa del encarecimiento de
la vida, podrá decirse, con fundamento, que su obra es incompleta. Podrá
decirse que ha construido el cimiento indispensable, pero que todavía no
levanta el edificio. Porque no se trata solamente de abandonar esta orilla de
la crisis, sino de alcanzar la otra orilla de la prosperidad. Porque se trata
de derrotar la inflación como paso previo imprescindible para procurar, en
seguida, el bienestar del mayor número.
Puesta
en orden la Hacienda Pública, el gobierno debe aplicar siempre el freno a sus
gastos puramente burocráticos, con el fin de disponer de sumas cada vez mayores
que puedan dedicarse a obras de promoción y de aliento que mejoren las
condiciones de vida de todos los peruanos.
El
gobierno no es dueño de las rentas públicas. Es solamente el administrador de
las rentas que la Nación entrega al Estado por la vía de los impuestos. Es en
cierto modo, el gerente de una vasta asociación que constituimos diez millones
de peruanos. Por eso, debe hacer honor a la confianza que en él se deposita.
Por eso, debe ser escrupuloso en el empleo de cada centavo, y debe sacar a cada
centavo del Tesoro el máximo provecho, porque ese centavo no es suyo sino de
los hombres que trabajan y contribuyen al sostenimiento del Fisco. Por eso,
debe atender, no lo intereses de un círculo, de un sector o de una determinada
clase, sino los intereses de todos los asociados.
Dentro
de esa misma filosofía del bien común, yo he dicho, señores representantes, que
así como el objetivo de la política financiera del gobierno es el saneamiento
de la hacienda y la estabilidad monetaria, el cual puede a mi juicio,
alcanzarse en el Plazo de un año, el objetivo de la política económica del
gobierno es y no debe ser otro que la elevación del nivel de vida de todos los
peruanos.
Me
tomo, sin embargo, la libertad de insistir en que no puede pensarse en ninguna
construcción sólida, no puede pensarse en superar el atraso ni vencer la
miseria, no puede pensarse en explotar nuevas fuentes de riqueza, en ofrecer
trabajo a nuestra población en aumento, en alentar capitales propios y atraer
los de fuera sin el fundamento de la estabilidad monetaria. Alcanzar esa
estabilidad es el primer compromiso que, ante el Parlamento y el país, asume el
gabinete que presido.
Dentro
del marco de un sólido orden jurídico que ponga a cubierto la actividad
productora de medidas arbitrarias que pueden alterar su normal
desenvolvimiento, con la base de una moneda estable, con el aliento de la
libertad económica, no sólo no van a fugar los capitales del Perú, sino que van
a acudir para colaborar con nosotros en la empresa de transformar nuestro país
y de mejorar efectivamente las condiciones de existencia de sus habitantes.
Reformas
Tributaria y Agraria
En
ese sentido, la legislación tributaria debe inspirar confianza en su
estabilidad, a fin de desvanecer el temor a cambios imprevistos que hacen
imposibles o difíciles los cálculos necesarios para decidirse a inversiones a
largo plazo. La reforma tributaria debe suponer la rápida y justa acotación de
los impuestos, a base de tasas progresivas que impongan una contribución
proporcionalmente más alta a quienes disfrutan de mayores rentas. Debe incluir
la reorganización de la entidad que los recauda. Debe contemplar exoneraciones
e incentivos para las nuevas industrias siempre que no impliquen desleal
competencia para las ya existentes. Debe otorgar tratamiento favorable a las
utilidades que se reinvierten en vez de distribuirse en forma de dividendos, y permitir
el rápido castigo de la maquinaria y el cálculo de la depreciación a base del
costo de reposición. Tales dispositivos deberán incluirse en la ley de
industrias cuya pronta aprobación encarezco al Parlamento.